En «El Internado» las niñas pequeñas actúan, razonan y hablan como adultos, los adultos (algunos) se comportan como adolescentes (el amor de la profe de maternales con el alumno de 16 años), y los adolescentes son, directamente, Sherlock Holmes. Pero todo el conjunto funciona. Se ha creado un mundo, un ambiente eficaz que rodea las innumerables tramas y secretos hábilmente entrelazados. No importan las trampas del guión, las situaciones inverosímiles, las limitaciones de los actores ni el abuso de los cebos: la historia atrapa y eso es lo que importa. La semana que viene se anuncia el desenlace de la temporada, un final que probablemente dejará misterios resueltos pero que, a la vez, abrirá suficientes interrogantes como para que las próximas entregas terminen de convertir la serie en un clásico como lo han sido «Los Serrano» o «7 Vidas». La diferencia es que ahora la ficción «made in Spain» no se limita a la comedia. Estamos ante una producción que combina con éxito amoríos y suspense: asesinos, sectas, pasadizos, fantasmas, monstruos, criptas, agentes secretos, trasplantes de órganos y hasta extraterrestres podrían ser parte de esta crónica que secuestra a familias enteras frente al televisor.
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Vía La Razón
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2.
Me quedé impresionado viendo la otra noche ‘El internado’, en Antena 3. Resulta que dos personajes secundarios de la trama libraron un breve combate de artes marciales. El combate no fue particularmente ortodoxo desde el punto de vista de las artes marciales, pero sí desde la perspectiva del cine de acción: primeros planos de rostro y miembros, cámara concentrada en los movimientos de ataque, sonido ‘ad hoc’ en cada golpe como si ese puño o esa pierna cortaran el viento… ¿Y cómo es posible que en ‘El Internado’ pase una cosa así? Bueno, lo raro habría sido que no pasara esto, porque en ‘El internado’, últimamente, el guión busca desesperadamente que pasen muchas cosas –cuantas más y más raras, mejor-, y la verdad es que lo está consiguiendo. El producto, como máquina, funciona en su habitual registro ‘multitarget’. Ya sabe usted que ‘target’ es como llaman los señores del comercio (mayormente, los que han hecho un máster en Milwaukee) a los sectores de público a los que el producto se dirige; traspasado a la tele, que cada vez más es puro comercio, ‘target’ indica el sector de audiencia que un programa busca. Los productores, finos estrategas, han llegado a la conclusión de que el producto tendrá tanta más audiencia cuantos más ‘target’ de público sea capaz de reunir ante la pantalla. Nace así el producto ‘multitarget’, caracterizado por intentar tocar a todos los sectores de la audiencia a la vez, como un pianista que pulsara todas las teclas al mismo tiempo. Por eso hay tantas series que abarrotan sus relatos con abuelos, niños, gays, divorciados, casados, adolescentes, minorías étnicas, un andaluz, cobradores de tranvías y porteros de fincas urbanas, es decir, todo el universo mundo en apretada unión. Lo difícil es ponerle luego a todo eso un relato convincente, pero precisamente tal es la causa de que haya tan pocos relatos convincentes en la tele. En el caso de ‘El internado’, el problema se ha resuelto inventando una historia completamente caprichosa que parece depender más del capítulo anterior que del desenlace. Lo mejor de la serie, no obstante, es que la acrobacia argumental se ha colocado bajo la advocación de los maestros más afamados del género (o, más bien de todos los géneros), de manera que todo lo que pasa en ‘El internado’ resulta familiar. ¿Copia? Sí, claro. O para ser más precisos: intertextualidad, y lo digo sin ironía. ‘El internado’ cita sin el menor recato películas de terror de varia especie, títulos de intriga bastante conocidos, muchísima ‘serie B’ cinematográfica y televisiva… Ahora cita también películas de Seagal o Jackie Chan, lo cual tiene todo el sentido del mundo. El relato está al servicio del producto, y no al revés. Es la tele.
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Vía VOCENTO
2 comentarios:
Pues no los veo desacertados. Aunque opino más como el primero que como el segundo.
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